Roadtrip California: Parte I 🚘 🏕
Hacía un mes que estábamos conociendo, viviendo y trabajando en Los Ángeles cuando se acercaba la fecha de mi cumpleaños.
— ¿Qué querés que hagamos? Me preguntó Bruno con tiempo suficiente para que tenga el gusto de poder organizarnos.
— La verdad es que acá no conocemos a nadie e ir a festejar mi cumpleaaños solos un bar, no me da ganas. Le respondí sinceramente.
— ¿Y qué es lo que más quisieras en el mundo?
Esa pregunta me dejó pensando por unos días hasta que la respuesta llegó como un vómito de conciencia al abrir los ojos una mañana: “Vámonos de Camping! Eso es lo que más quiero en el mundo! Pasar mi cumpleaños en un camping”
Bruno no podía creer que entre todo lo que pudiera haber elegido para hacer en ese día especial, mi deseo era tan simple como un campamento. Estoy convencida de que más de una vez pensó en qué menuda loca eligió de novia…
Ya teníamos en mente ir subiendo hacia San Francisco y tuvimos la posibilidad de arreglar las fechas para tomarnos unos cuantos días sin tener que estar pendientes del trabajo. Una idea llevó a la otra y así fue como empezó el plan:
Iríamos de Los Ángeles a San Francisco, buscando sitios donde acampar y en el medio, elegiríamos algún lugar en la naturaleza para “festejar” este cumpleaños número 30 para mí. Teníamos una condición: Recordar viajar sin prisa y dejarnos sorprender.
Llegó el día, armamos la mochila y salimos. Tomamos la ruta que nos sacaría de la ciudad y en pleno embotellamiento nos dimos cuenta que toda esa gente estaba a punto de festejar el 5 de Mayo, por muy distintas razones pero, con la misma idea: lejos de la ciudad.
Inmediatamente las horas de viaje que teníamos pensadas, se duplicaron como por arte de magia. Mucho no nos importó; nos acompañaba Dolina en la radio, unos mates y un paisaje de suburbios, que poco a poco iba llenándose de pequeñas colinas a nuestra derecha mientras que el mar, el inquieto Pacífico, custodiaba nuestra izquierda.
Llegamos a los campings que teníamos apuntados a lo largo de ese primer tramo de camino y uno tras otro colgaban de sus puertas los carteles de “completos”.
Y así, es como empezamos esta perfectamente improvisada aventura por la costa oeste de los Estados Unidos.
Cuando nos dimos por vencidos con las opciones cerca de la playa, tomamos la ruta hacia adentro y tras cruzar varios cerros, nos adentramos a un valle en medio de la naturaleza árida de California.
La gigante autopista nos llevó hasta un delgado y zigzagueante camino de bosque, confiando al 100% que el Gps supiera hacernos llegar. Estallamos de risa cuando vimos que el camping al que nos acercabamos se llamaba, nada más y nada menos que… Rancho Oso.
Como no podía ser de otra manera, nos recibió un señor con sombrero y uniforme de Sheriff y todo el lugar estaba ambientado como una película de Western con sus casas de maderas, tipis y carros.
Rancho Oso fue nuestra base por unos dos días. Estabamos practicamente solos acampando en un precioso y enorme valle. Subimos a una de estas colinas que rodeaban el camping y fue ahí cuando empezamos a sospechar por dónde iba - en verdad- la magia de California.
Pasamos brevemente por una concurridísima y latina Santa Bárbara solo para enamorarnos, conocer, cargar celulares y calcular ruta.
Nuestra siguiente parada fue elegida: Pismo Beach. Una de las últimas ciudades de playa de la costa oeste camino a San Francisco.
Como en Pismo no hay camping, tuvimos que volver a improvisar y otra vez la opción más económica resultó ser impecable: Una habitación de motel a pasitos del mar. Si si, un motel. Si si, también como en las películas.
Contar con Atardeceres de fuego en una ciudad veraniega vacía, en plena primavera californiana, yendo descalza de la cama a la playa para culminar los primeros 29 años de mi vida, fue en verdad un privilegio.
El día D se acercaba y nuestro tercer destino fue sorpresa de Bruno. El gps marcaba el camino hacia Three Rivers: Un sitio que le recomendaron cuando le preguntó a lo más parecido que tuvimos a unos “amigos locales en Los Angeles” por sitios para llevar adelante nuestro plan de festejo.
Nada. Three Rivers no tiene nada más que, como su nombre lo indica, 3 ríos. Era exactamente todo lo que necesitábamos.
Llegamos bien entrada la noche a un camping que ya teníamos reservado. Nos recibió un señor que estaba un poco más que alegre y nos contó que estaban festejando un cumpleaños. Hablamos de la coincidencia que nos trajo hasta allí justamente con el mismo fin. Le enviamos los mejores deseos al cumpleañero y nos fuimos inmediatamente a armar la carpa que después de todo el día de ruta, estábamos agotados.
El siguiente amanecer me encontró un año más vieja y con un sueño más hecho realidad: Pasar mi cumpleaños en un camping.
En medio del fabuloso desayuno con torta y todo, saqué de mi bolsillo el ticket que nos habían dado al llegar la noche anterior. Su valor indicaba 0 usd. Bruno, vos ya pagaste el camping? Indagué. — No, por?
Le muestro el ticket y al darnos cuenta del error, fuimos a avisarle al alegre señor que nos había recibido. — Anoche me dijiste que hoy es tu cumpleaños, no? Me preguntó — Si — Bueno, Feliz cumpleaños. Me dijo sonriendo.
Y devolviendome el ticket en 0, enunció esa simple y mágica frase que me hizo sonreír y llorar en ese momento y me hace sonreír y llorar cada vez que la recuerdo: “Spread the Love”.
Lo abracé, lloré y por su cara de sorpresa, le agradecí más de lo que nadie le había agradecido jamás por una noche de camping en su lugar.
“Difundí el amor.” Claro, en ese momento todo tuvo sentido y entendí que definitivamente uno llega a donde tiene que estar, en el momento justo en el exacto lugar.
“Difundí el amor” fue mi regalo de 30 años y llegó a mi como un mensaje del cielo.
“Spread the Love” Nunca me lo voy a olvidar. Y si algún día sucede, no tengo más que ir al cajón a buscar ese mensaje de amor...
Ese día hizo calor y uno de los ríos estaba a metros de la carpa, tentandonos a meter los pies en el agua helada proveniente de los picos de las montañas que cada vez eran más altas y cada vez, las teníamos más cerca.
Casi muero por pisar una serpiente y también casi muero del susto que me dio el casi pisar la serpiente. Por suerte nada de eso pasó y logramos convivir en el pedacito de río que nos hizo tan felices en ese día especial.
Los celulares descansaban apagados en el auto. Por esos lados la señal era tan innecesaria que ni había. Igual que el wifi y cualquier cosa que sirviera para distraerte de la magia del momento y del lugar.
El amor si se difundió y ese día no pude parar de sonreír. Recordé mis cumpleaños rodeada de familia, amigos y seres queridos, me recordé abrazada y feliz. También imaginé a mis papás tratando de llamar desde Argentina y debatiendo si estaban felices o en conflicto al confirmar que digna hija de ellos soy, incomunicándome durante días por estar aventurada a la felicidad entre ríos y montañas.
— ¿Querés saber una sorpresa más? Dijo Bruno mientras mirábamos al cielo que parecía haber estallado de magia y brindábamos al costado del fuego que apenas iluminaba nuestras caras en esa noche cerrada.
"Acá a unos kilómetros está la entrada del Parque Nacional Sequoias, el de los árboles gigantes. Mañana podemos dormir ahí si querés..."
No teníamos ni idea de lo que nos esperaba más adelante, todo podía ser. Estrenando mis 30 y en este perfectamente improvisado roadtrip entendí que nada iba a salir como mi mente lo había planeado porque para ese momento, ya había decidido dejar de planear.
Que mejor es ocuparme de llevar el amor allí a donde vaya y dejarme sorprender. Siempre, pero siempre, así es mejor.